A propósito del Día del Maestro…
Cuando veo a los niños, es inevitable no regresar a mi niñez… cuando como ellos, acudía a una escuela pública. Ese día, el primer día de clases, mi padre me tomó de la mano y después de caminar como seis cuadras y escuchar las recomendaciones de siempre para cruzar las calles, llegamos a la escuela donde me matricularon. Estaba nerviosa, yo no fui al jardín, porque antes no era obligatorio, así que ese día se convertiría en mi primer contacto con el sistema escolar, para mi fue maravilloso, quizá porque mi madre siempre pintaba a la escuela como un mundo maravilloso y debo decir, que así lo fue, le estoy muy agradecida a mi escuela primaria por haber cobijado mi mente y mi espíritu y haberme empujado a continuar. Hoy soy maestra y antes de llegar aquí, como todo profesor nuevo, recorrí un par de escuelas en la sierra del Perú. He caminado largos trechos llenos de lodo, abismos, ríos y un silencio absoluto. A veces se me facilitaba un caballo, con lo que llegar a la escuela se hizo más rápido. Tengo algunas anécdotas que al recordar me parecen que pertenecen a otra persona cuando reflexiono sobre los riesgos y peligros que existen hoy. Ya en la capital, las carencias de las escuelas resultan ser las mismas y en ocasiones hasta peores, pues sumadas a las necesidades en infraestructura, implementación y un total abandono del Estado, nos encontramos con los problemas, ahora cotidianos, de carencia de valores en los niños, en sus familias, en la sociedad en general. Sólo para comparar, las escuelas en el campo a menudo, son levantadas adobe a adobe por la misma comunidad campesina que quiere que sus hijos se eduquen, aquí se ha hecho muy difícil que un padre de familia colabore con la institución. He observado esta situación con preocupación, porque sin su apoyo la escuela no crece en ningún sentido; pareciera que han perdido la confianza en el sistema educativo, en las autoridades, en los profesores… Recuerdo que mi abuelo, que vivía en el campo, sin tener ninguna obligación directa con la escuela porque ya no tenía hijos, ni nietos en edad escolar, donó millares de adobes y vigas; así como prestó sus yuntas de buyes, burros y caballos para trasladar los materiales y reconstruir la escuela que hacía un buen tiempo nadie le prestaba atención. Este acto y sus palabras me marcaron, cuando la voz enérgica que lo caracterizaba decía: “No esperaremos sentados a que el Estado atienda la educación de nuestros hijos, empecemos nosotros a contribuir con ellos para que tengan un futuro mejor que el nuestro”. Nada más cierto el presidente J.F. Kennedy decía: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, mejor pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Lo cierto es que estamos hablando de solidaridad con los niños de hoy, con nuestros hijos, con nuestra escuela, con nuestro país. La primera educación viene de casa, la escuela es el segundo hogar, aquí debemos complementar lo que los padres, la familia inculca en casa; con conocimientos teóricos, desarrollo de capacidades y habilidades y consolidación de valores; sin embargo, la tarea se hace cada vez más difícil cuando nos encontramos solos, sin alguien que haga suya nuestra voz para construir un futuro mejor para nuestros niños y nuestra escuela. ¿Debemos esperar sentados o todos, debemos ponernos manos a la obra para cambiar definitivamente la educación en el Perú? Elizabeth Mestanza
Que bonita Historia
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